Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: 6 La dedicatoria de la primera edición de esta obra fue para mi madre ASTRID ANDERSON lo mismo que esta, sólo que ahora ha de ser compartida (duplicando de tal modo mi satisfacción) con mi hija, quien lleva su mismo nombre.
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Autor: Arácnido
Temática: Poul Anderson
Descripción: Cuento
Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: fuentes, y la gente caminaba con la misma maravillosa y saltarina ligereza. Las torres y las columnatas se elevaban por detrás de la muchedumbre en fantásticas filigranas de multitud de matices. Entre ellos volaban los pájaros y las calles elevadas. El tibio aire estaba tejido con perfumes, risas, un acorde musical y un penetrante murmullo de motores. Pero más allá, y por encima, estaba la Luna. Los relojes funcionaban con GMT; un millar de pequeños soles colgando de vides de bronce creaban la mañana. Pero la verdadera hora se acercaba a la medianoche. La oscuridad golpeaba espléndida y terrible. En el cénit, el cielo era negro, las estrellas claramente visibles. Al sur, el hinchado escudo de la Tierra, cubierto por las nubes, brillante y azul. Un observador atento podía ver destellos en la zona no iluminada, las megalópolis, empequeñecidas hasta ser convertidas en meras chispas luminosas por aquella mínima distancia astronómica. La avenida de las Esfinges permitía una despejada vista hacia el oeste, sobre el límite del aire: un suelo de cráter ceniciento, la muralla circular de Plutón elevando su brutal masa sobre el cercano horizonte. La atención de Falkayn volvió a Verónica. —Lo siento —dijo—; por supuesto, no es nada personal. Claro que lo es. Puedo clasificarme entre los galácticos más remotos, pero eso no quiere decir que sea un alma especialmente sencilla o confiada. Todo lo contrario. Cuando una dama tan deseable y sofisticada me cae encima tan sólo unas horas después de llegar al lugar... y me hace agradable la vida en todas las formas posibles, excepto contándome cosas sobre sí misma..., y cuando un pequeño sondeo secreto de Chee Lan demuestra que las imprecisas cosas que sí cuenta no se corresponden exactamente con la verdad..., ¿qué se supone que tengo que pensar yo? —¡Eso espero! —soltó Verónica. —He jurado lealtad al señor Van Rijn —dijo Falkayn—, y sus órdenes son de mantenerlo todo muy en secreto. No quiere que la competencia le alcance. Lo hago también por ti, corazoncito —añadió suavemente, cogiéndola de las manos. Ella dejó que su rabia se desvaneciera. Las lágrimas acudieron y temblaron en sus pestañas con una precisión que él consideró admirable. —Yo quería... compartir contigo... algo más que el placer de unos cuantos días, David —susurraba—. Y ahora tú me llamas espía en el peor de los casos, y una charlatana en... —tragó saliva—, en el mejor. Eso duele. —Yo no hice nada de eso. Pero lo que no sepas no puede acarrearte problemas, y eso precisamente es lo que yo deseo. —Pero dijiste que... que no había violencia... —No, no, por supuesto que no. Asesinatos, secuestros, lavados de cerebro... Los miembros de la Liga Polesotécnica no recurren a tales antiguallas. Lo hacen mejor. Pero eso no quiere decir que sean santos de hojalata. Ellos, o algunos de sus subordinados, han empleado, y se sabe, algunos medios bastante desagradables para conseguir lo que quieren. Unos sobornos de los que te reirías, Verónica. ¡Ya, ya!, pensaba Falkayn. Te lanzarías sobre ellos, sospecho que ésa es la frase correcta. ¿Cuánto te han adelantado y cuánto te habrán ofrecido por alguna información importante sobre mí? —Y hay peores formas de hacerlo. No gustan demasiado, pero a veces se utilizan. Todo tipo de espionaje; por ejemplo, ¿no te importa tu intimidad? Hay cien maneras de hacer presión, directas e indirectas, sutiles o toscas. Los chantajes... que a menudo atrapan a los inocentes. Tú le haces un favor a alguien y una cosa lleva a la otra, y repentinamente ese alguien empieza a apretarte las tuercas y comienza a hacerte daño. Que es lo que probablemente piensas hacer tú conmigo, añadió su mente. Irónicamente: ¿Por qué no te dejo que lo intentes? Tú eres el peligro conocido. Mantendrás alejados los peligros que no conozco y mientras tanto me proporcionarás un
Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: —Gracias; no es nada. —Thornberg cojeó hasta su mesa, se sentó y sacó un paquete de cigarrillos. Sostuvo uno durante un momento entre unos dedos amarillentos por la nicotina antes de encenderlo, y hubo un vacío en sus ojos. Después chupó ferozmente y se volvió hacia el correo. Como técnico jefe de los Registros Centrales, recibía una generosa ración de tabaco y la consumía toda. El despacho era un cubículo sin ventanas, amueblado con un desolado sentido del orden, cuya única decoración la constituían los cuadros de su hijo y su última esposa. Thornberg parecía demasiado grande para aquel espacio. Era alto y enjuto, con facciones correctas y grisáceo cabello pulcramente cepillado. Llevaba una sencilla versión del uniforme de Seguridad, una insignia de la División Técnica y sólo las cintas a las que tenía derecho denunciaban su rango de comandante. El clero de Matilda, la Máquina, estaba constituido por un grupo bastante informal. Repasó el correo encendiendo un cigarro tras otro. La mayor parte estaba relacionada con el cambio. —Vamos, June —dijo. Grabar y transcribir más tarde era suficiente para los asuntos rutinarios, pero resultaba preferible que su secretaria tomara notas aunque no dictara nada extraordinario—. Despachemos esto rápidamente. Tengo mucho trabajo que nacer. Alzó una carta frente a sí. —Al senador E. W. Harmison, S.O.B., New Washington. Muy señor mío: En respuesta a su comunicación del 14 del corriente, en la cual requiere mi opinión personal acerca del nuevo sistema ID, debo decirle que no es asunto de un técnico expresar opiniones. La orden de que todos los ciudadanos han de tener un solo número para su expediente — certificado de nacimiento, educación, raciones, impuestos, salarios, transacciones, servicio público, familia, viajes, etc.— tiene evidentes ventajas a largo plazo, pero naturalmente supone gran cantidad de trabajo tanto respecto a la reconversión como al control de los datos provisionales. Ya que el presidente ha decidido que la ganancia justifica nuestras presentes dificultades, el deber de los ciudadanos es conformarse, no quejarse. Suyo atentamente. —Esbozó una fría sonrisa—.— ¡Bueno, esto le hará callar! La verdad es que no sé para qué sirve el Congreso, excepto para fastidiar a los honrados burócratas. En secreto, June decidió modificar la carta. Quizá un senador no fuera más que un sello de goma, pero no se le podía despachar tan bruscamente. Parte del trabajo de una secretaria es evitar problemas a su jefe. —Muy bien, pasemos a la siguiente —dijo Thornberg—. Al coronel M. R. Hubert, director de la División de Enlace, Agencia de Registros Centrales, Policía de Seguridad, etc. Muy señor mío: En respuesta a su memorándum del día 14 del corriente, solicitando una fecha definitiva para la conclusión de la conversión ID, debo manifestarle respetuosamente que me es imposible fijar una. Comprenderá usted que hemos de desarrollar una unidad modificadora de datos que efectuará el cambio en nuestros archivos sin que nosotros debamos extraerlos y alterar cada una de los cien millones de bobinas. Comprenderá usted también que es imposible predecir el tiempo necesario para completar tal proyecto. Sin embargo, la investigación progresa satisfactoriamente (dígale que consulte mi último informe, ¿de acuerdo?), y tengo el placer de notificarle que la conversión estará terminada y todos los ciudadanos habrán sido informados de sus números en un plazo máximo de tres meses. Respetuosamente, y todo lo demás. Póngalo de forma más literaria, June. Ella asintió. Thornberg siguió leyendo el correo, tirando la mayor parte de la correspondencia en un cesto para que la contestara ella sola. Una vez hubo terminado, bostezó y encendió un nuevo cigarrillo. —Bendito sea Alá; ahora ya puedo bajar al laboratorio. —Tiene algunas entrevistas concertadas para la tarde —le recordó ella. —Volveré después de comer. Hasta luego. —Se levantó y salió del despacho.
Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: local. El Khan debía haber descuidado este extremo, al no esconder tal evidencia a los ojos del mundo exterior, sin duda alguna porque no esperaba ningún investigador terrestre que pudiese husmear sobre el particular. No habría procedido así, seguramente, de sospechar que tal investigador pudiese volver con tan importante informes al Imperio Terrestre. En la cabina, Flandry se vistió con su habitual cuidado. De acuerdo con los informes que poseía, las gentes de Altai gustaban de los colores llamativos en sus ropas, de forma ostensible. Escogió una blusa resplandeciente de color verde, una especie de chaleco bordado, unos pantalones púrpura con medias botas de cuero en las que lucía una banda dorada, un cinturón rojo y una pequeña capa de igual color, tocándose con un casquete negro, que contorneaba apretadamente su cabeza, de cabellos castaños. Flandry era un tipo magnífico de hombre alto y musculoso, denotaba una gran energía en su armónico rostro, agraciado con una nariz recta y unos grandes ojos grises y un pequeño y bien cuidado bigote. El navío espacial tomó tierra finalmente a un extremo del aeropuerto. Frente al que acababa de rendir viaje, otro navío espacial de Betelgeuze se hallaba aparcado, confirmando lo referido por Zalat en relación con la frecuencia del comercio interestelar. No era precisamente una relación acelerada, sino continua, quizás una docena de naves estelares en un año-standard, y que constituía sin duda una razón de gran importancia económica local. Al detenerse en el punto de desembarque, Flandry sintió el alivio de la gravedad del planeta, que era sólo de tres cuartas partes de la terrestre. Se acomodó inmediatamente a aquellas nuevas condiciones. La ciudad de Ulan Baligh estaba situada a los 11 grados de latitud Norte. Con una inclinación axial de rotación parecida a la de la Tierra y alumbrado por una estrella enana y pálida y sin océanos que modificaran el clima, Altai conocía unas estaciones casi iguales a las del ecuador. El hemisferio norte, acababa de pasar por el equinoccio de otoño y se hallaba en las proximidades del invierno. Una corriente constante de viento, procedente del polo y que Flandry encontraba fría, azotaba su rostro agradablemente. Hizo su aparición pública con la dignidad que había imaginado, hallándose frente a la autoridad que le recibía. —Saludos —dijo Flandry en el idioma altaiano que había aprendido—. Que la paz reine en vuestro espíritu. Esta persona se llama Dominic Flandry y representa al Imperio de la Tierra. El altaiano parpadeó muy ligeramente sus ojos negros. Por lo demás su rostro permaneció impasible como una mascara. Era un tipo de nariz ganchuda y de espesa barba, su tez clara denotaba una mezcla caucasoide en su origen racial, como asimismo el lenguaje un tanto híbrido que hablaba. Era de constitución fuerte, maciza y talla más bien reducida. Vestía un gorro de piel, una chaqueta de cuero de complicada manufactura, unos pantalones de espeso fieltro y unas botas de graciosa línea. Llevaba al cinto una pistola automática de viejo estilo, a la izquierda y a la derecha un potente cuchillo. —No habíamos tenido tal clase de visitantes... —repuso, y tras una pausa y concentrándose en sí mismo, se inclinó respetuosamente—. Sean bienvenidos todos aquellos huéspedes que vienen con honestas palabras —añadió con un acento ritual—. Esta persona se llama Pyotr Gutchluk, de la escolta del Kha Khan. Se volvió hacia Zalat. —Capitán, usted y su tripulación pueden proceder como de costumbre. Le veré a usted más tarde, después de las formalidades legales. En primer término, debo acompañar a un huésped tan distinguido como éste al palacio del Kha Khan. Dio una rápida palmada. Aparecieron dos sirvientes, similares en vestimenta y apariencia a él. Miraban con atención marcada al terrestre, al que no quitaban ojo de
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Temática: General
Descripción: Koskinen trató de controlar el coraje que le sacudía. Era un ciudadano libre de su país, que tenía muchos merecimientos personales, para ser tratado de semejante forma. ¿Quién se habrían figurado aquellos individuos que era? Tipos de la Seguridad Militar, eso eran. El conocimiento de la realidad le dio escalofríos. No es que hubiera tenido mucho que ver con ellos antes, o que hubiera oído decir de ellos que se extralimitasen en sus funciones. Pero eran gentes de las que había que hablar en voz baja. Sawyer realizó una rápida y certera comprobación por toda la estancia. —No hay nada más —dijo—. Está bien, Koskinen, salga de aquí y acompáñenos. Koskinen comenzó a empaquetar las ropas en la maleta que había adquirido aquel mismo día. Se dirigió hacia el teléfono y marcó el número de la recepción, murmurando algunas palabras de excusa en el sentido de tener que abandonar el hotel con urgencia. El jefe de recepción le preguntó si nece- sitaba un mozo. —No, gracias —repuso, cortando la comunicación. Se quedó mirando a la cara del agente de la Seguridad Militar. —¿Por cuánto tiempo estaré fuera? —suplicó. El agente se encogió de hombros. —Yo sólo trabajo aquí. Vamos. Koskinen se llevó su propia maleta y Sawyer el paquete. El tercer hombre permaneció vigilante con una mano metida en el bolsillo. La cinta transportadora les llevó corredor adelante. En la tercera encrucijada, un transportador les elevó rectamente hacia el techo del rascacielos. Un joven y una chica descendían por la parte opuesta. La túnica de la muchacha era un vivo reflejo iridiscente desde el pecho hasta las rodillas y su cabello graciosamente peinado y sujeto con micalita. Su sonrisa cantarina parecía proceder de lejanas distancias. Koskinen no se había sentido tan solo desde aquella época en que vivió entre los solitarios pinos de su país natal y vio morir a su madre. Aquello carecía de sentido, era absurdo, se repetía a sí mismo. Todo estaba desquiciado. Para eso existía el Protectorado, para ejercer control sobre todo, para guardar las ciudades de nuevo contra la caída del polvo radiactivo. La Seguridad Militar no era otra cosa que el Servicio de Inteligencia del Protectorado. Ahora que pensaba en aquello, el efecto de la barrera potencial tenía posibilidades para la guerra, aunque no para una guerra agresiva. ¿O las tendría? Tal vez las gentes de la Seguridad Militar... ¡Buen Dios, quizá el propio Marcus... no deseaba otra cosa que reafirmarse en tal puesto! Lo cierto es que estaba siendo conducido por la garra de Sawyer apretándole en el codo y el otro hombre preparado con un arma en el bolsillo y entre ambos, conduciéndole a alguna parte, para de- jarle incomunicado y con el organismo y la mente repletos de drogas. Súbitamente, ciegamente, deseó con todas sus fuerzas encontrarse de nuevo en Marte. Sí, al borde del Trivium Charontis, mirando a la fantástica extensión del desierto de Elysian, donde el pequeño sol esparce por el planeta una suave luz púrpura y cristalina, con las dunas ondulantes y suaves, mientras que en el lejano horizonte, allá a lo lejos, se alza una torre rocosa, ya viejísima cuando el hombre primitivo de la Tierra cazaba el mamut; con la imponente figura de Elkor aproximándose por su espalda, oyéndosele acercarse en aquel aire tenue, hasta que su pálpito suave le acariciaba el cuello a través de la espesa estructura de su traje a presión; y con todo, tan suave como la mano de una mujer, las vibraciones codificadas, que él podía comprender tan bien como su propia lengua materna, llegaban a su cerebro a través de sus nervios: «El Portador de Esperanzas vino anoche a mí, mientras me hallaba sumergido en las estrellas, para traerme un nuevo aspecto de la realidad, que puede aplicarse al problema que nos da la mutua alegría...» En aquel momento, los tres hombres llegaban al aeropuerto del techo del rascacielos. Un aerotaxi corriente se hallaba esperándoles, algo aparte de los usualmente estacionados allí. Sawyer hizo un
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Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: Gordon exhibió una dentadura blanquísima, al hacer una mueca de amplia satisfacción, y habló: - ¡Ah, por fin! ¿Sabe usted que he tenido que rechazar a veintidós candidatos? Pero usted sirve. Definitivamente, usted sirve. - ¿Para qué? Y Everard, al decir esto, se echó hacia adelante, sintiendo que su pulso se aceleraba. - Para la Patrulla. Va a ser una especie de policía. - ¿Sí? ¿Dónde? - Por doquier. Y en todo momento. Prepárese; va a tener peleas. Mire usted: nuestra compañía, aunque bastante legal, es solo un frente de batalla y una fuente de ingresos. Nuestra verdadera ocupación es patrullar el tiempo. 2 La Academia estaba en el Oeste americano y en el período Oligoceno; una edad cálida de selvas y herbazales, cuando los reptiles antecesores del hombre habían esquivado la senda de los grandes mamíferos gigantescos. Había sido erigida hacía miles de años y se mantendría durante medio millón más el tiempo suficiente para adiestrar a tantos hombres como necesitara la Patrulla, y luego sería cuidadosamente demolida hasta que no quedara ni rastro de ella. Más tarde vendría el período glacial, aparecería el hombre, y en el año 19352 después de Jesucristo (7841 del Triunfo Morenniano) los humanos hallarían el modo de viajar a través del tiempo, volverían al período Oligoceno y reedificarían la Academia. Esta estaba formada por largos y achaparrados edificios, de curvas suaves y varios colores, diseminados por el césped, entre enormes árboles. Más allá, colinas y arboledas parecían precipitarse en un gran río de aguas oscuras, en cuyas orillas podían oírse, por la noche, los bramidos de los mastodontes y el lejano maullar del megaterio de dientes como sables. Everard salió de la lanzadera del tiempo - una grande y disforme caja de metal -, y, al hacerlo, notó que se le secaba la garganta. Experimentaba, como el primer día de su entrada en el Ejército, hacía doce años (o quince o veinte millones de años después, a elegir) soledad, desesperanza y deseo de hallar una disculpa honrosa para volverse a casa. Era un pobre consuelo ver a las demás lanzaderas arrojar un total aproximado de otros cincuenta jóvenes, de uno u otro sexo. Los reclutas se movían lentamente juntos, formando un grupo desmañado. Al principio no hablaron; permanecieron mirándose a la cara unos a otros. Everard reconoció, entre las vestiduras que llevaban, un cuello Hoover y una zamarra de punto; los estilos de peinado e indumentaria eran de 1954 en adelante. ¿De dónde procedería aquella chica de los ceñidos calzones policromos, los labios pintados de verde y el cabello amarillo, fantásticamente peinado? Un hombre de unos veinticinco años se detuvo ante él; era evidentemente un inglés, a juzgar por su raído traje de lana y su rostro largo y delgado. Parecía ocultar una cruel amargura bajo su cortés apariencia. - ¡Hola! - saludó Everard, y luego añadió -: Podríamos presentarnos. Dijo su nombre y procedencia, a lo que el otro replicó, tímidamente: - Charles Whitcomb. Londres, 1947. Acababan de desmovilizarme de la R.A.F., y esto parecía una buena probabilidad. Ahora me pregunto si... - Puede serlo - repuso Everard, pensando en el salario -. ¡Mil quinientos al año, para empezar! Pero ¿cómo cuentan los años? Tal vez de acuerdo con el sentido individual de la duración.
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Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: hacia abajo como una piedra. Se agarró a tiempo y se dispuso a descansar un poco, la ola inoportuna abofeteó su rostro como si fuese una mano húmeda y salada. Temblando de frío, Wace terminó de arreglar y ordenar la última caja y ponerla en su sitio y luego fue arrastrándose hacia la escotilla de entrada. Era una pequeña y miserable puerta de emergencia pero el paseo de cubierta de cristal sobre el que los pasajeros habían paseado mientras los pilotos del crucero lo conducían a través del cielo, estaba lleno de agua y sus adornadas puertas de bronce sumergidas. El agua había llenado la sala de máquinas ahora totalmente averiada, cuando se hundieron. Desde entonces la nave había estado tomando agua alrededor de todos los retorcidos muros de contención, hasta que toda la nave estuvo junto para un pargo y último viaje al fondo del mar. El viento pasaba silbando por sus debilitados dedos y a través de sus mojados cabellos, intentando mantener abierta te escotilla mientras que Wace quería cerrarla tras él. Tenía una lucha contra el tifón. ¿Tifón? ¡Demonios, no! Tenía sólo la velocidad de un viento que hubiésemos considerado normal, pero con una presión atmosférica seis veces superior y que azotaba como una tormenta terrestre, ¡Condenado PLC 2987165 II! ¡Maldito el mismo PL, y condenado Nicholas van Rijn y aún todavía más condenado Eric Wace por ser tan loco como para trabajar por la Compañía! Brevemente, mientras luchaba contra la escotilla, Wace miró por encima de la espuma de las olas, como si buscase una salvación. No divisó más que un sol rojizo y grandes bancos de nubes, sucios de tormenta, en el norte y unos cuantos puntos, que pertenecían probablemente a la tierra en que se encontraban. Satán hería con sus rayos a esas gentes nativas que no venían para ayudarles. Al menos deberían esos rayos desaparecer mientras seres humanos se ahogaban, en lugar de quedar allí suspendidos en el cielo regocijándose. Wace cerró la escotilla, se separó de ella con rapidez y bajó la escalera. A sus pies tenía que mantenerse con fuerza contra las fuertes sacudidas. Aún podía oír las olas batiéndose sobre la nave y la fuerza del viento. —¿Está todo en orden? —Sí, mi señora —dijo— tanto como lo haya estado nunca. —Lo que no es mucho, ¿no? —la señora Sandra Tamarin ejerció todo su fulgor sobre él. Tras esto ella no significaba más que otra sombra en la oscuridad de la nave muerta—. Pero pareces una rata ahogada, amigo mío. Ven, tenemos vestiduras secas para ti. Wace asintió y se despojó de su chaqueta mojada y tiró a lo lejos sus botas llenas de agua. Se hubiese quedado helado sin ellas —no podían estar a más de cinco grados centígrados— pero parecía que esas vestiduras hubieran permanecido durante mucho tiempo sumergidas en el océano. Sus dientes castañeaban mientras la seguía a ella por el pasillo. Era un hombre alto y joven típico del norte de América, pelo rojizo, ojos azules y con rasgos de dureza en sus facciones que se manifestaban en todo su cuerpo lleno de muy desarrollados músculos. Había comenzado como aprendiz en unos almacenes a la edad de doce años, allá lejos en la Tierra y ahora formaba parte de la Compañía Solar de Especias y Licores en todo el planeta conocido con el nombre de Diomedes. No había sido una elevación a su rango conseguida a una velocidad sorprendente. Las tácticas de van Rijn eran elevar en categoría de acuerdo con los resultados, que era lo mismo que lograr que una mentalidad de reflejos rápidos, un revólver rápido y una visión clara de las cosas se viese favorecida por la oportunidad en el ascenso. Pero había sido la de él, una sólida y buena carrera con un futuro de ocupaciones sobre los menos aislados y desagradables puestos, ultimado con una posición ejecutiva y de categoría allá en el mundo al que pertenecía y... y ¿para qué servía todo esto si las aguas más desconocidas iban a tragarle en unas cuantas horas? Al final del pasillo donde se elevaba la torreta de navegación, se mostraba de nuevo el cobrizo brillo del sol que irritaba sus nervios y que se veía en el cielo por debajo de las
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Temática: Ficción
Descripción: 6 AGRADECIMIENTOS El capítulo 3, «El camarada», se publicó en Analog Science Fiction/Science Fact, junio de 1988. © 1988 by Davis Publications, Inc. El capítulo 5, «Ningún hombre escapa a su destino», es un homenaje al difunto Johannes V. Jensen. Karen Anderson preparó el epígrafe, modificando ligeramente su traducción a mi requerimiento, y su ayuda como erudita y crítica fue invalorable. El «CCCP» se debe a George W. Price. También agradezco la ayuda de John Anderson, Víctor Fernández-Dávila y David Hartwell.
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Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: - ¡Ah, qué físico este tan torpe! - le dijo -. No hay nadie como tú para ponerte un traje recién venido del tinte y hacer que parezca como si hubieras estado reparando un coche con él puesto. Le arregló la corbata y tiró hacia abajo de la chaqueta arrugada. El se pasó una mano por los negros cabellos, haciendo que inmediatamente quedaran despeinados y la siguió a la mesa de la cocinita. Una bocanada de vapor de la cafetera empañó sus gafas con armadura de cuerno. Se las quitó y las limpió con la corbata. Su rostro delgado, de nariz quebrada, parecía diferente sin ellas; más juvenil. Como si tuviera solo los treinta y tres años que era su verdadera edad. - Se me vino al pensamiento precisamente en el momento de despertar - dijo él mientras untaba de mantequilla la tostada -. Debo tener a fin de cuentas un subconsciente bien adiestrado. - ¿Quieres decir que has encontrado la solución de tu problema? - preguntó Sheila. El asintió, demasiado absorto para reflexionar en lo que la demanda de ella suponía Sheila, por lo general, le dejaba a él que siguiera diciendo «sí» o «no» en el lugar apropiado, pero sin escuchar realmente. Para ella, el trabajo de su marido era algo enteramente misterioso. Algunas veces pensaba que su esposa vivía en el mundo del niño sin nada muy bien conocido, pero todo él brillante y extraño. - He estado tratando de construir un analizador de fase para los nexos de resonancia molecular en la estructura de los cristales - dijo -. Bueno, no importa. La cuestión es que estuve atascado durante las últimas semanas; trataba de diseñar el circuito que pudiera servir para lo que deseaba y quedaba chasqueado. Pero me he despertado esta mañana con una idea que puede resultar bien. Vamos a ver... - los ojos de él miraron más allá de ella y comió sin paladear lo que comía. Sheila reía, muy bajito. - Puede que llegue tarde esta noche - dijo en la puerta -. Si esta idea nueva se logra, no quiero interrumpir el trabajo hasta que... Dios sabe cuándo. Te llamaré. - Bien, amor mío. Que atrapes eso. Cuando él se hubo ido, Sheila quedó un momento sonriente. Peter era... bueno..., ella había tenido suerte. Eso es todo. No se había dado realmente cuenta de lo afortunada que era; pero aquella mañana parecía diferente, sin saberse por qué. Todo se destacaba limpio y tajante, como si estuviera allá arriba, en las montañas del Oeste, que a su marido le gustaban tanto. Tarareaba para sí mientras lavaba la vajilla y arreglaba el apartamento. Le vinieron recuerdos de su infancia en la pequeña población de Pensylvania, de los asuntos del colegio, de su venida a Nueva York hacía cuatro años para hacerse cargo de un trabajo oficinesco en el despacho de un conocido de su familia. Pero, válgame Dios, no estaba hecha para ese género de vida. Una fiesta tras otra y un amigo tras otro, todo el mundo hablando de prisa, agitándose, cuidadosamente insensibilizado y con conocimientos; la multitud derrochadora, pero conocedora de los valores del mercado, entre la cual ella tenía que estar siempre en guardia... Muy bien, se había casado con Peter, de rechazo, cuando Bill se alejó de ella llamándola estúpida... Importaba poco. Pero a ella le había gustado siempre aquel hombre tranquilo y tímido y había rechazado así todo un concepto de la vida. «Así que ahora estoy gruesa - se dijo a sí misma -, y me alegro, además, de estarlo.» Una existencia de ama de casa común y corriente; nada más espectacular que unos cuantos amigos para beber cerveza y hablar; ir a la iglesia de cuando en cuando, mientras Peter, el agnóstico, dormía hasta más tarde; viajecitos de vacaciones a Nueva Inglaterra y a las Montañas Rocosas; proyectos de tener pronto un niño... ¿Quién quería mas? Sus amigos de antes estaban siempre dispuestos a reír acerca del aburrimiento de la existencia burguesa, ñoña y gastada; pero cuando se metía uno en aquella vida no era sino una rutina también y una serie de latiguillos en lugar de otros, y parecía que uno había perdido algo en el cambio.
Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: 6 resultó excesivo para la kraka. Comenzaron el descenso hacia las áridas cuestas. El batir de las alas amortiguó en parte la caída, que se transformó en un prolongado planeo... Entretanto, Torrek había echado mano a otros de sus cuchillos y la apuñalaba metódicamente en sus órganos vitales. No sintió la menor piedad por la más espléndida de las bestias. Había demasiados huesos pequeños en el Sombrero de Hombre de la montaña Skara. Pero reconoció su valentía. En un respiro, Torrek divisó desde tan increíbles alturas, los nebulosos bosques y las verdes profundidades del valle de Brann, más allá de las Cascadas Humeantes y los estrechos campos que los hombres habían arado entre los acantilados y el fiordo de Diupa. También distinguió, al otro lado del fiordo Penga de Holstok y el delta del río Blanco, las fértiles tierras bajas, listas para la cosecha. Localizó el angosto extremo de la bahía y siguió con la mirada sus serpenteos hacia el norte, entre las rocas, en dirección a la embocadura. Allí donde el Remanso espumaba con la marea ascendente, se encontraban las islas guardianas, llamadas de los Hombres Alegres. Torrek creyó ver incluso los severos muros de Ness, el fuerte sobre Gran Ulli, que montaba guardia para evitar que los piratas de Illeneth, con sus cascos de bestias, volvieran a arrasar Dumethdin. La kraka se debilitaba, salpicando con su sangre el aire azulado del atardecer. Al batir las alas con menos frenesí, se aceleró la caída. Torrek apretó los dientes al pensar que se vengaría de él pintando con su carne los cercanos despeñaderos del Skara. Luego, en una tambaleante convulsión, la kraka se bamboleó hacia el este, donde los vapores más cálidos de los campos arados le ofrecían una última ayuda: el fiordo, sobre el que se dejó caer. Torrek se zambulló un segundo antes de que la kraka se hundiera. El joven chocó contra las aguas con tal ímpetu, que se sumergió cada vez más en las verdosas profundidades, hasta que los tímpanos dejaron oír su protesta. Una lanza de coral le desgarró el flanco. Cuando logró volver a la superficie, sus pulmones parecían a punto de estallar. Transcurrió largo rato hasta que cesó su jadeo. La kraka flotaba a poca distancia, sustentada por sus enormes alas..., muerta. No muy lejos brillaban las primeras luces de Diupa. —Muy bien, viejita —resolló Torrek—, fue muy amable de tu parte. Ahora espera aquí y no permitas que los olíenbors te devoren y te limpien los huesos. ¡Quiero tu pellejo listado! Se dirigió a zancadas a la población, al principio resintiéndose del cansancio, aunque recuperó las fuerzas con una prontitud que sabía anormal. A veces, por la noche, a solas con su alma truncada, Torrek se preguntaba si era un ser humano... o qué. Asomaban canoas en el embarcadero. Los habitantes del lugar habían previsto su llegada. Las esbeltas estructuras con portarremos exteriores surcaban las rumorosas olas, mientras un centenar de canaletes golpeaba las aguas al unísono. Los farolillos de papel coloreado colgaban como ojos avizores de los palos de proa. —¡Ojoiajá! Una caracola marina de gran tamaño lanzó su ronco sonido después del grito, y el latido de los gongos adquirió un ritmo uniforme. —¡Ojoiajá! Creíamos que no volveríamos a verte, pero el mar te devuelve,
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Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: Se elevó... directamente hacia arriba. Una compuerta de un diámetro de tres metros y un espesor de seis. Un tapón de césped y tierra que colgaba, sin ningún soporte, ante los ojos de Lockridge, que saltó con un grito. -¡Silencio! -profirió vivamente Storm-. ¡Métase dentro, rápido! Torpemente, Lockridge avanzó hacia el agujero de la colina. Una rampa se dirigía hacia abajo hasta perderse de vista. Tragó saliva. El que ella le estuviese mirando fue el motivo principal que lo empujó hacia delante. Bajó hacia el interior del montículo. Ella le seguía. Volviéndose, ajustó el tubo en su mano, y el cilindro de tierra taponó de nuevo la entrada. Se escuchó el suspiro del aire al ser comprimido, mientras el cilindro se colocaba en su lugar con precisión, mecánica. Simultáneamente, se encendió una luz. No venía de ningún punto definido, observó Lockridge asombrado. La rampa era simplemente el suelo de un túnel de techo arqueado, algo mayor que el portal, que se extendía ante él formando una curva. La perforación estaba totalmente recubierta con un material duro y liso del que emanaba la luz, una fría radiación blanca que, al no crear sombras, dificultaba la apreciación de las distancias. El aire era fresco, en movimiento, aunque no se veían ventiladores. Se encaró con Storm, titubeante. Ella apartó el tubo, abandonó su rigidez y, acercándose a él, apoyó una mano en su brazo, sonriente. -¡Pobre Malcolm! -murmuró-. Ya le dije que tendrá usted grandes sorpresas. -¡Judas! -dijo él sin fuerzas-. ¡Espero que no! Pero la cercanía de ella y su contacto eran, aun ahora, un excitante demasiado fuerte. Comenzó a recobrar el dominio sobre sí mismo. -¿Cómo diablos hizo eso? -preguntó. Los ecos rebotaron. vacíos alrededor de su voz. -¡Ssst! No tan fuerte. -Storm dio una ojeada al disco de colores.- No hay nadie aquí en este momento, pero pueden llegar de abajo y el sonido se propaga maravillosamente bien, por desgracia, en estos túneles. -Aspiró profundamente-. Si va a hacerle sentirse mejor -dijo- puedo explicarle el principio en que se basa: El tapón de tierra se mantiene unido por una red de energía, que emana de las paredes, en las que se halla un tendido de fuerza. Este mismo tendido elimina cualquier efecto que pudiera afectar a un detector de metales, un sondeo sónico o cualquier otro instrumento que, de otra forma, fuese capaz de detectar este pasadizo. Asimismo refresca y renueva el aire mediante las Porosidades moleculares. El tubo que yo usé para elevar cl tapón es simplemente un control; la energía que se usa para ello proviene también del tendido. -Pero... -Lockridge arrugó el entrecejo-. Es imposible. Conozco la suficiente física para... bueno, quiero decir que, tal vez teóricamente... pero no existe un dispositivo así en la práctica. Los labios de ella hicieron una mueca ¡tan cerca de los suyos! -No tiene usted miedo, ¿verdad, Malcolm? -preguntó. Lockridge sacó el pecho. -No -dijo-; sigamos. Así me gusta -dijo ella con un cierto énfasis en sus palabras que aceleró el ritmo de su corazón. Y, apartándose, tomó la delantera hacia abajo. -Esto es tan sólo la entrada -comentó-. El corredor propiamente dicho está a unos treinta metros por debajo nuestro. La espiral les introducía más en el suelo. Lockridge observó que su anterior estupefacción había desaparecido; únicamente se sentía en guardia para enfrentarse con lo que pudiera surgir. Storm era la causante de esto. ¡Dios mío!, pensó, ¡qué aventura! El pasadizo desembocaba en una amplia estancia, sin otro mobiliario que, en la pared más alejada, una gran caja o armario del mismo metal lustroso que el cinto de Storm, y una puerta de tres metros de ancho y seis de alto. ¿Con una cortina cubriéndola? No. Al aproximarse, Lockridge vio que el velo que la ocultaba, parpadeando con suaves
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Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: —Las posiciones planetarias no están bien —dijo—. Creo haber localizado a Marte... pero... lo veo verde... es... es increíble, pero es así... —¿Estás borracho? —preguntó Blaustein. —No tengo tanta suerte —repuso Langley—. ¡Mírale tú mismo en el espectroscopio! Eso es un disco planetario y, desde nuestra distancia del sol y su dirección, sólo puede intercalarse la órbita de Marte... Pero este Marte no es rojo... sino verde... Permanecieron sentados, completamente inmóviles. —¿Opinas algo, Saris? —preguntó Blaustein discretamente. —Prefiero no decir nada. —Aquella profunda voz sonó a algo calculadamente inexpresivo... pero aquellos ojos... ¡tenían un brillo que revelaban una inteligencia que estaba en acción! —¡Al infierno con todo! —de manera descuidada, Langley dirigió la nave cuarteando a través de la órbita. El disco solar saltó en las pantallas. —¡Tierra! —susurró Blaustein emocionado—. ¡La reconocería en cualquier parte! El planeta pendía azul y brillando contra la noche, su luna, como una gota de oro fresco. Las lágrimas asomaron a los ojos de Langley. Volvióse a inclinar sobre sus instrumentos, tomando posiciones. Se encontraban aún casi a medio A.U. de su meta. Era tentador olvidarse de las condenadas máquinas y volver a casa empleando los cohetes... pero eso exigirla mucho tiempo y Peggy estaba esperando... Ajustó los controles para emerger a 500 millas de distancia. —¡Salto! —Estamos mucho más cerca —dijo Matsumoto—, pero no lo hemos conseguido todavía. Por un momento un iracundo sentimiento hacia la máquina se apoderó de Langley. Lo reprimió sin embargo, y tomó sus instrumentos... Esta vez la distancia era de casi 45.000 millas. Otro cálculo. Este calculando el movimiento de traslación del planeta. Mientras, el reloj llegaba al instante que él había elegido: manipuló el conmutador. —¡Lo logramos! —exclamó. Allí estaba; un escudo gigante, casi totalmente velado por nubes, blasonado por las manchas de sus continentes... una única estrella radiante en la que los curvados océanos enfocaban la luz del sol. Los dedos de Langley parecían trémulos, mientras tomaba los datos facilitados por el radar: El probable error aquella vez no tenía importancia. Los cohetes vomitaron fuego, empujándoles hacia atrás en sus asientos, mientras conducían el navío hacia adelante. «Peggy... Peggy... Peggy...», era como una canción dentro de él. ¿Era chico o chica? Revivió como si hubiera ocurrido una hora antes, cómo habían intentado encontrarle un nombre; no querían verse pillados de improviso cuando el hombre trajese el impreso del registro de nacimientos... «¡Oh, Peggy!». Entraron en la atmósfera, demasiado impacientes para preocuparse de ahorrar combustible describiendo una elipse de frenado, bajando hacia atrás sobre un chorro de llamas. La nave rugió y atronó en su torno. Al poco, comenzaron a deslizarse en una larga espiral que les llevaría a describir media circunferencia en torno al globo terráqueo, antes de aterrizar. Había un austero rugir del aire exterior... Langley estaba demasiado ocupado pilotando para contemplar el paisaje, pero Blaustein, Matsumoto e incluso Saris Hronna clavaron sus pupilas en las pantallas. Fue el holatano el primero en hablar. —¿Es eso la ciudad de la que vosotros hablasteis tanto y que decís se llama Nueva York?
Autor: Administrador
Temática: Ficción
Descripción: A Fritz Leiber
Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: asombraba a ambos. Cuando los alemanes entraron en su país, se cogió una borrachera de tres días. Sin embargo, la ocupación se había iniciado bastante pacíficamente. El Gobierno danés se había tragado la píldora amarga, se quedó en su puesto —fue el único de esos gobiernos que lo hizo— y aceptó el estatus de potencia neutral bajo protección alemana. No creo que eso significara falta de valor. Entre otras cosas, hizo que el rey pudiera impedir durante algunos años los ultrajes, especialmente a los judíos, que sufrieron los ciudadanos de otras naciones ocupadas. Sin embargo, Holger se alegró cuando el embajador de Dinamarca ante Estados Unidos se puso a favor de los aliados y autorizó que entráramos en Groenlandia. Por aquel tiempo, casi todos nos dábamos cuenta de que Estados Unidos entraría antes o después en la guerra. El plan evidente de Holger era esperar a ese día, para unirse entonces al ejército. También podía alistarse ahora con los británicos, o con los noruegos libres. A menudo, dolido y asombrado de sí mismo, me admitió que no podía entender qué le impedía hacerlo. Pero en 1941 llegó la noticia de que Dinamarca ya había soportado suficiente. Las cosas no habían llegado todavía hasta la explosión que finalmente se produciría, cuando una huelga general impulsó a los alemanes a deshacer el Gobierno real y gobernar el país como» otra provincia conquistada. Pero ya empezaban a escucharse tiros y explosiones de dinamita. Holger necesitó mucho tiempo y cerveza para tomar su decisión. De alguna manera, tenía la fijación de que debía regresar a su patria. Aquello no tenía sentido, pero no podía librarse de esa obsesión, y finalmente cedió. A la séptima va la vencida, cono dicen en su país, y no era un estadounidense, sino un danés. Abandonó un trabajo, le dimos una fiesta de despedida y zarpó en un barco sueco. Desde Hálsingborg podría tomar un ferry que le llevara a casa. Imagino que los alemanes le vigilarían un tiempo. No les dio problemas y trabajó tranquilamente en Burmeister & Main, fabricantes de motores marinos. A mediados de 1942, cuando pensó que los nazis habían perdido el interés que tenían por él, se unió a la resistencia... y se encontraba en una posición especialmente buena para el sabotaje. No nos concierne aquí la historia de sus trabajos. Debió hacerlos bien. Toda la organización lo hacía; eran tan eficaces, y estaban tan estrechamente ligados a los británicos, que estos no tuvieron apenas que realizar ataques aéreos sobre el territorio. A finales de 1943 llevaron a cabo su mayor hazaña. Era un hombre que tenía que escapar de Dinamarca. Los aliados necesitaban desesperadamente su información y conocimientos. Los alemanes lo tenían bajo estrecha vigilancia, pues sabían también lo que era. Sin embargo, la resistencia lo sacó de allí y lo envió por el Sound. Había ya un barco dispuesto para trasladarlo a Suecia, desde donde podría volar a Inglaterra. Probablemente, nunca sabremos si la Gestapo le seguía el rastro o si simplemente una patrulla alemana vio a unos hombres en la orilla mucho después del toque de queda. Unos gritaron, otros dispararon y comenzó la batalla. La playa era abierta y pedregosa, con la luz suficiente gracias a las estrellas y a la costa sueca iluminada. No había manera de retirarse. El barco se puso en movimiento y el grupo de resistentes se dispuso a mantener a raya al enemigo hasta que llegara a la orilla opuesta. La esperanza de hacerlo durante mucho tiempo no era grande. El barco era lento. De haber estado defendido, habría traicionado su importancia. En escasos minutos, cuando mataran a los daneses, uno de los alemanes entraría en la casa más cercana y telefonearía al cuartel general de ocupación de Elsinore, que no estaba muy lejos. Una motora potente interceptaría al fugitivo antes de que llegara a territorio neutral. Pero los resistentes hicieron todo lo que pudieron. Holger Carlsen esperaba morir, pero no tenía tiempo para sentir miedo. Una parte de él recordó otros tiempos pasados aquí, la tranquilidad, la luz del sol y las gaviotas por
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Autor: myhell
Temática: General
Descripción: Poul Anderson El viaje más largo estrellas. Cualquiera de los nativos te dirá lo mismo. El secreto reservado a la gente noble es que esto no es ninguna leyenda, sino un hecho real. O, por lo menos, eso es lo que afirma Guzan. No sé qué pensar. Pero... Guzan me llevó a una cueva sagrada, y me mostró un objeto de aquella nave. Creo que era una especie de mecanismo de relojería. Ignoro lo que puede ser. Pero está hecho de un metal plateado y brillante que yo no había visto nunca. El sacerdote me desafió a que lo rompiera. El metal no era pesado: una simple lámina. Pero melló la hoja de mi espada, hizo añicos una roca con la cual lo golpeé, y el diamante de mi anillo no consiguió rayarlo. Hice unos signos contra el diablo. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal. Ya que los tambores estaban redoblando en una selva oscura, y las aguas se extendían como algo bajo el giboso Tambur, y cada tarde aquel planeta se comía al sol. * ** Cuando el Golden Leaper estuvo de nuevo en condiciones de navegar, a Rovic no le fue difícil conseguir autorización para visitar al emperador de Hisagazi en la isla principal. En realidad, le hubiera sido difícil no hacerlo. Recuperados y satisfechos, subimos a bordo. Esta vez íbamos escoltados. El propio Guzan, hombre de mediana edad cuyo atractivo aspecto no quedaba demasiado alterado por los tatuajes de color verde pálido que cubrían su rostro y su cuerpo, era nuestro piloto. Varios de sus hijos habían extendido sus jergones sobre la cubierta de nuestra nave, en tanto que un enjambre de embarcaciones llenas de guerreros navegaban a lo largo de sus costados. Rovic hizo acudir a Etien, el contramaestre, a su camarote. - Sé que puedo confiar en ti - le dijo -. Encárgate de mantener a nuestra tripulación con las armas a punto, por pacífica que parezca la situación. -¿Qué sucede, capitán? - inquirió Etien -. ¿Cree usted que los indígenas planean una traición? -¿Quién puede saberlo? - respondió Rovic -. Ahora, procura que la tripulación no lo sospeche, pese a todo. No saben disimular. Y si los indígenas captaran algún síntoma de inquietud o de temor entre ellos, se inquietarían a su vez... lo cual empeoraría la actitud de nuestros propios hombres, en un círculo vicioso que nadie sabe cómo terminaría. Limítate a cuidar, con la mayor naturalidad posible, de que nuestros hombres permanezcan juntos y de que tengan siempre las armas al alcance de la mano. Etien se inclinó y abandonó el camarote. Me arriesgué a preguntar a Rovic qué estaba pensando. - Nada, por ahora dijo. Sin embargo, he sostenido entre mis manos un trozo de mecanismo de relojería que ni el Gran Ban de Giar sería capaz de imaginar; y me han hablado de una Nave que bajó del cielo, conducida por un dios o un profeta. Guzan cree que sé más de lo que en realidad conozco, y confía en que nosotros seamos un nuevo elemento perturbador en el equilibrio de la situación, y que podrá aprovecharnos en favor de sus propias ambiciones. No se ha hecho acompañar por todos esos guerreros para dar mayor esplendor a la comitiva. En lo que a mí respecta... trato de aprender algo más acerca de todo esto. Se sentó ante su mesa, contemplando un rayo de sol que oscilaba al compás del balanceo del barco. Al cabo de unos instantes continuó: - Los astrólogos de la anterior generación nos dijeron que los planetas son semejantes a esta tierra. Un viajero de otro planeta... Salí del camarote con un torbellino en mi cerebro. Avanzamos sin novedad a través del grupo de islas. Al cabo de varios días llegamos a la isla principal, Ulas-Erkila. Tiene un centenar de millas de longitud, y un máximo de cuarenta millas de anchura, y el terreno asciende suavemente hacia unas montañas centrales, dominadas por un cono
Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: ¿Qué viste, Proserpina, Cuando descendiste a la oscuridad? ¿Por qué no nos hablas de esa región hueca Donde las sombras silenciosas y perplejas Se deslizan ensoñadoras bajo un cielo sin estrellas Y tú eras su reina cautiva, Ahora que te recibimos de nuevo en la Tierra Durante todo el tiempo que desees? Los valles florecen bajo tus pies, El mundo está bañado en luz, Pero la hierba de la primavera hunde sus raíces hasta que llegan A molestar a los huesos bajo tierra. ¿Es por eso que caminas muda entre nosotros? ¿Es éste el regalo de tu amor, Salvarnos de saber lo que tú sabes, Hasta que vuelvas a descender? Salerianus Quaestiones, II, i, 1-16 Mucho después, llegó a Alfa Centauri la noticia de lo que había sucedido en la Tierra y en los alrededores de Sol. Cómo llegó esa noticia, rompiendo el silencio que la había cubierto, es otra historia. En aquel momento, pocos moradores de Deméter le prestaron atención, a pesar de lo inquietante que era. Estaban preparándose para abandonar el mundo que sus antepasados habían convertido en su hogar, porque en menos de cien años iba a perecer. Sin embargo, entre ellos había un filósofo. Su joven hijo lo encontró perdido en sus pensamientos y le preguntó por qué. Como no podía mentir a un niño, le explicó que el mensaje recibido desde la Estrella Materna le inquietaba. —Pero no temas —añadió—. No nos afectará en mucho tiempo, si llega a hacerlo. —¿Qué es? —preguntó el chico. —Lo siento, no puedo decírtelo —dijo el filósofo—. No porque siga siendo secreto, sino porque se remonta muy atrás en el tiempo. —Y porque, en el fondo, era muy sutil. —¿No puedes contármelo de todas formas? —le exhortó el chico. Con un esfuerzo, el padre dejó a un lado su desasosiego. En realidad, a 4,3 años luz de distancia, no debían temer las repercusiones inmediatas de la noticia; o eso suponía. Sonrió. —Primero debes saber algo de historia, y apenas has empezado a estudiarla. —Todo eso se me hace un lío en la cabeza —se quejó el chico. —Sí, es una pesada carga para una cabeza tan pequeña —admitió el filósofo Tomó una decisión. Su hijo quería estar con él. Además, si aprovechaba esa oportunidad para explicarle ciertos factores clave, el chico podría llegar a apreciar su importancia, y eso podría, algún día, ser crucial—. Bien, siéntate a mi lado, y hablaremos —le invitó—. Repasaremos el principio de eso que te preguntas. ¿Te gustaría? »Podríamos empezar en cualquier momento y en cualquier lugar. Criaturas todavía no humanas dominando el fuego. Las primeras máquinas, los primeros científicos, los primeros exploradores, o las naves espaciales, las aplicaciones genéticas, cibernéticas o nanotecnológicas. Pero empezaremos con Anson Guthrie. El chico abrió mucho los ojos. —Recuerda siempre que sólo fue un hombre —dijo el filósofo—. Nunca lo imagines como otra cosa. Eso no le gustaría nada. Entiende, él ama la libertad, y la libertad significa no tener ningún otro amo más que tu propia conciencia y sentido común. »Hizo más que la mayoría de nosotros. Recuerda que fue su Fireball Enterprises la que abrió el espacio a todo el mundo. A muchos gobiernos no les gustaba que una empresa privada fuese tan poderosa, casi como una nación en sí misma. Pero él no interfería
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Autor: Arácnido
Temática: Poul Anderson
Descripción: Cuento
Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: Las dos lunas de Hermes estaban en lo alto: Caduceus ascendía, pequeña pero casi llena, y la ancha guadaña de Sandalion se hundía hacia el oeste. Arriba, en la penumbra del atardecer, un par de alas atraparon la luz del sol que se acababa de poner y despidieron reflejos dorados. Un pájaro tilirra cantaba entre el follaje de un milhojas agitado por la débil brisa. La prisa del río Palomino resonaba en el fondo del cañón que él mismo había ido excavando, pero el sonido llegaba a lo alto convertido en un murmullo. Sandra Tamarin y Peter Asmundsen salieron a la terraza de la mansión. Deteniéndose junto a la balaustrada, contemplaron el paisaje que les rodeaba: el agua que destellaba abajo entre la sombra, a su alrededor el bosque circundaba Windy Rim, y enfrente las siluetas violáceas de las colinas arcádicas. Sus manos se encontraron. —Me gustaría que no tuvieras que irte —dijo ella al fin. —A mí también me gustaría no tener que irme —replicó él—. Ha sido una visita maravillosa. —¿Estás seguro de no poder arreglártelas desde aquí? Tenemos equipos completos de comunicación, computación y recuperación de datos, de todo. —En un caso normal llegaría con eso. Pero ahora..., la verdad, mis empleados de la casta de los travers tienen quejas legítimas. Creo que yo en su lugar también amenazaría con ir a la huelga. Si no puedo evitar que los leales tengan preferencia en la promoción, por lo menos puedo negociar ciertas compensaciones para los travers, por ejemplo vacaciones extras. Y sus líderes estarán más inclinados a llegar a un compromiso si me tomo la molestia de reunirme con ellos en persona. —Supongo que tienes razón. Posees intuición para esas cosas. Me gustaría poseerla a mí también —suspiró ella. Se contemplaron mutuamente durante cierto tiempo antes de que él dijera: —La tienes, y más de lo que piensas. Y es mejor así... Probablemente serás nuestra próxima Gran Duquesa —dijo sonriendo. —¿Lo crees de veras? El tema que habían estado dejando de lado durante aquellas vacaciones salió por fin en aquel momento. La mujer añadió: —En un tiempo yo también lo creía; ahora no estoy tan segura. Por eso me he venido aquí, a la casa de mis padres. Después de ver las consecuencias de mi propia estupidez, mucha gente ha dejado en claro lo que piensa de mí. —Déjate de tonterías —dijo él, quizá con más aspereza de lo que quería—. Si tu padre no estuviese incapacitado por sus intereses en ciertos negocios no habría ninguna duda en cuanto a su elección. Tú eres su hija y la mejor alternativa que tenemos... Igual que él o quizá mejor... Precisamente por eso eres lo bastante inteligente para saber que lo que digo es cierto. ¿Me estás diciendo que vas a dejar que un puñado de puritanas y snobs te hagan daño? Dios mío, deberías estar muy orgullosa de Eric. Con el tiempo tu retoño será el mejor Gran Duque que Hermes haya tenido nunca. Sus ojos se apartaron de los de él y se perdieron en la oscuridad de la espesura. Apenas pudo oírla. —Si es que puede doblegar lo malo de su padre que hay en él. Volvió a mirarle a los ojos y dijo con voz fuerte mientras se erguía: —He dejado de odiar a Nick van Rijn. En realidad, él fue más honrado conmigo que yo con él o conmigo misma. ¿Y cómo podría lamentar el haber tenido a Eric? Pero últimamente..., Pete, tengo que admitir que me gustaría que Eric fuese legítimo. Me gustaría que su padre fuese un hombre que pudiese vivir entre nosotros. —Una cosa así podría tener arreglo —respondió él. Después su lengua se detuvo y permanecieron largo tiempo en silencio; dos humanos grandes y rubios buscándose mutuamente el rostro a través de una penumbra que casi les impedía la visión. La brisa arrullaba, el tilirra cantaba y el río reía en camino hacia el mar.
Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: Se dice que del miedo nace un valor sobrenatural. Un enorme grito de alegría brotó de mil pechos y todo el ejército cargó tras él. He de confesar que también yo empecé a bramar y que corrí con ellos hacia el navío. Conservo pocos recuerdos claros de aquel combate que destruyó y devastó todos los camarotes y pasillos. En algún momento, alguien me entregó un hacha. Sólo tengo confusas impresiones de golpes asestados a los abominables rostros azules que se alzaban ante mí para detenerme. Resbalé en la sangre, caí, me levanté y seguí golpeando. Sir Roger era totalmente incapaz de dirigir las operaciones. Sus hombres, sencillamente, carecían de control. Viendo que podían matar a los demonios, su único pensamiento fue matar y terminar con todo. La tripulación del navío no constaba más que de unos cien demonios. Muy pocos de ellos iban armados. Descubrimos en las calas, a continuación, muchas máquinas extrañas, pero los invasores habían contado con sembrar el pánico con su mera presencia. Como no conocían a los ingleses, creyeron que todo les resultaría muy fácil. La artillería del navío estaba lista para ser utilizada, pero no tenía valor ni utilidad si nosotros ya estábamos en su interior. En menos de una hora los exterminamos a todos. Me abrí paso penosamente a través de la carnicería, llorando de alegría y dirigiéndome hacia la bendita luz del sol. Sir Roger evaluaba nuestras pérdidas con sus capitanes. Sólo se habían producido quince bajas. De pie, junto al navío, temblando de agotamiento, vi emerger a John el Rojo con un demonio sobre los hombros. Arrojó a la criatura a los pies de sir Roger. —Le he derribado de un puñetazo —dijo, jadeante—. Me ha parecido que os gustaría tenerle vivo durante un tiempo para interrogarle. ¿O es demasiado arriesgado y preferís que le corte inmediatamente su inmunda cabeza? Sir Roger reflexionó. Todo parecía muy tranquilo. Ninguno de nosotros había comprendido hasta el momento la enormidad del acontecimiento. Una feroz sonrisa entreabrió los labios del barón. Respondió con un inglés tan perfecto como el francés de la nobleza, que empleaba mucho más corrientemente. —Si son demonios —dijo—, son de muy mal linaje, pues les hemos matado tan fácilmente como si fueran hombres. A decir verdad, aun más fácilmente. No sabían mucho más que mi hija pequeña acerca del combate cuerpo a cuerpo. Todavía menos, pues ella se dedica a pellizcar narices con bastante vigor. Creo que poniéndole unos grilletes a este demonio no hemos de temer nada, ¿no os parece así, padre Parvus? —Sin duda, sire —aprobé—. Lo mejor sería poner a su lado alguna reliquia santa y una hostia. —Bien; llevadle a la abadía y ved con el abad lo que podéis sacar de él. Os mandaré unos guardias. Venid a cenar esta noche. —Sire —dije con tono reprobador—, deberíamos ofrecer una gran misa de acción de gracias antes de nada. —Sí, sí... —respondió con impaciencia—. Decídselo al abad. Haced lo que mejor os parezca. Pero venid a cenar esta noche para contarme lo que hayáis descubierto. Con aire pensativo, miró el enorme navío. Capítulo II Acudí como me ordenase y con la aprobación de mi abad, que veía que en aquellas circunstancias el brazo secular y el espiritual debían ser uno. La ciudad estaba extrañamente en calma mientras atravesaba las calles en el crepúsculo. Los habitantes se encontraban en la iglesia o reunidos alrededor de las chimeneas. Desde el campamento